Al pensar en toda la experiencia, es difícil elegir un lugar por el que empezar, ya que se trata de una vivencia increíblemente rica, con tantas cosas que sucedieron, es algo realmente difícil de comprender si no se ha vivido. Probablemente lo más lógico sea empezar cronológicamente.
El simple hecho de llegar fue un shock total: el cambio de múltiples ciudades, medios de transporte y zonas horarias pasó factura, pero concretamente el choque cultural que supuso aterrizar en el aeropuerto de Katmandú fue donde comenzó la verdadera experiencia. Aunque tenía una descripción increíblemente detallada de cómo hacer el procedimiento lo menos doloroso posible, vivirlo fue realmente algo interesante.
Como se trata de una cultura muy diferente, la adaptación llevó algún tiempo. Al principio, fue un poco frustrante, ya que los europeos estamos muy acostumbrados a la forma occidental no sólo de vivir, sino sobre todo de comunicarnos; ésa fue la mayor barrera al principio. A menudo me sentía incomprendido, muchas de las cosas que me contaban tenían información incompleta y muchas cosas simplemente se perdían en la traducción no verbal. Con el paso del tiempo, por supuesto también con la increíble ayuda de los queridísimos Carlos y Lupe que han pasado por el mismo proceso (hace algunos años), la cosa mejoró mucho. Darme cuenta de que tenía que comunicarme de forma más específica me ayudó enormemente: hacer preguntas constantes era la única forma de entender lo que se requería de mí.
La parte de voluntariado me llevó a dar clases de baloncesto y de inglés. Mi consentido yo europeo esperaba algo completamente diferente, algún tipo de metodología, estructura y demás. Resultó pasar de la mejor manera posible. Me di cuenta de que estaba allí para hacer lo mío y ofrecer algo, así que di lo mejor de mí. También era consciente de que eran niños que querían divertirse, no sólo jugar al baloncesto, así que intenté una sana mezcla de ejercicios que deberían mostrar alguna mejora, así como jugar de forma casual, que fue lo que más les hizo disfrutar.
La historia fue similar con la enseñanza del inglés, aunque el momento inicial fue posiblemente más divertido. Me dijeron que llegara a la escuela a una hora determinada, esperando empezar a dar clases junto a otro profesor durante el periodo de adaptación. Lo que ocurrió fue que el profesor me saludó, me llevó a un aula en la que ya había otro profesor, le dijo a ese profesor que saliera y me metió allí solo. Los niños empezaron a cantar el saludo oficial (algo maravilloso). Poco a poco me fui dando cuenta de que tenía total libertad para divertirme con ellos, compartiendo culturas y enseñando un poco de inglés por el camino – al final resultó que me aclamaban cada vez que iba a entrar en el aula: ¡algo increíble de experimentar ya que creamos un vínculo a lo largo de las semanas!
Fuera de la parte de voluntariado, tuve la libertad de organizar el tiempo como quisiera. Lo aproveché al máximo: los chicos de la escuela me hacían participar en un montón de actividades constantemente, ya fuera jugando al fútbol sala, haciendo turismo conmigo, tomando un té o charlando, nunca me sentí excluido. Mi participación en las actividades de la escuela era muy apreciada y todos hacían lo máximo para que me sintiera lo más bienvenido posible. Carlos también me puso en contacto con un equipo de baloncesto local que entrenaba todos los días, justo lo que yo quería. También fueron muy acogedores y me encontraron un papel en el equipo inmediatamente. Al cabo de un par de semanas, incluso ganamos un torneo conmemorativo, lo que también fue algo especial.
En general, cada día se cumplía a tope y me iba a dormir con una sonrisa cansada pero amplia.
Es increíblemente difícil expresar con palabras lo que saqué de la experiencia. Crecer como persona, ampliar mi horizonte, conocer a fondo una nueva cultura, comprender que hay un mundo completamente diferente fuera de la burbuja europea, compartir mis conocimientos y experiencia con la gente, empaparme de los bellos aspectos de su cultura, hacer nuevas y duraderas amistades, convertirme en un jugador de baloncesto profesional y muchas más, es simplemente una de esas vivencias que son indescriptibles.
A todos los que estén pensando remotamente en hacer algo similar, no puedo expresar lo mucho que me gustaría que tuvieran una experiencia tan valiosa como ésta, algo que todos necesitamos hacer de vez en cuando para darnos cuenta de lo que tenemos, de lo agradecidos que debemos estar y para sentir lo diferente que puede ser la vida no tan lejos. Cohope lo hizo tan magnífico como podía ser, estando ahí en cada paso del camino proporcionando orientación pero dejándote crecer individualmente, justo como debería ser.
Un gran abrazo para ellos por hacer esto posible, y también por hacer del mundo un lugar mejor, más conectado y más feliz.
Texto traducido, original en Inglés.